Sabíamos que Colombia viviría idénticos estragos. El guion estaba elaborado con exactitud y lo han puesto en práctica. La partitura orquestada para dar en las zonas sensibles nunca falla, pues se sabe cómo poner el caldero a hervir en el clamor popular.
Fueron 14 las estaciones de Transmilenio vandalizadas el primer día en Bogotá. Similares a las 21 del metro en Santiago. La misma indigestión emocional y las mismas excusas de los revoltosos. Fraguan la contienda con esmero, aprietan en la llaga de la inconformidad del pueblo y lo lanzan al barranco del desorden social.
El presidente Iván Duque estaba consciente de ello. Resguardó las fronteras días previos al paro nacional. Instó a protestar en orden y a civilizar sus estrategias a quienes salieran a manifestar.
Pero ya el cometido estaba más que cantado. Las sombras rumorosas envolvían a tierras neogranadinas. El festín de la destrucción sería más fácil que en otras naciones. No haría falta enviar tantos emisarios cubanos, venezolanos o argentinos. Es el territorio de las Farc, donde los movimientos subversivos han torcido vidas y han provocado que los colombianos sepan cómo ser emigrantes.
Estamos fatigados que reduzcan a polvo la normalidad. Que llenen de días inciertos y protestas sin rumbo a esta parte del continente. Lo hacen sin piedad y sin buenas intenciones. Son implacables y nada improvisados. Saben cómo provocar y recordarle a la gente sus necesidades extraviadas.
No existen sociedades perfectas. La historia está atiborrada de sublevaciones, muchas con argumentos y otras apretujadas de propósitos ingratos. El pueblo, ansiado de respuestas, se cree el cuento de la reivindicación; de recuperar unos estándares de vida imposibles o de cambiar todo lo que no gusta de la noche a la mañana.
Tienen una erudición suprema para dar en el clavo en esos anhelos. Entonces le hace creer al ciudadano común, que tiene fortaleza para saquear, vandalizar, poner patas arriba a los gobernantes y de destruir a una nación entera por causas justas.
Pero en primer orden, no es la población la que comete estos actos delictivos contra la propiedades privada y pública. Son esos infiltrados, con pasaportes diversos y camuflados de pueblo; con los planes en el bolsillo y excusas retorcidas, quienes queman varias estaciones de transporte a la misma hora y comienzan a saquear en los comercios. No se conforman con cadenas de supermercados, sino también afectan a pequeños comerciantes. En Chile van más de 10 mil pymes afectadas y con malos pronósticos para su recuperación.
Estos facinerosos enviados desde los tramados del Foro de Sao Paulo, solo cumplen órdenes, reciben su billete diario y escamotean, con un frenesís despiadado, los servicios que funcionan y la estabilidad de los países que discrepan de Maduro, Díaz-Canel y Putin.
Entonces las cacerolas se hacen escuchar. La protesta germina y sale el pueblo a la calle a solicitar una solución inmediata a sus necesidades incumplidas. Se aglomera la gente en las plazas. Se marcha en amplias calles, recorrida por una multitud entusiasta y con consignas vehementes por unas salidas distintas a las propuestas por el gobernante de turno. La gran mayoría de estas peticiones son valederas y lógicas. Precisamente en estas exigencias se afianza sin piedad la comitiva enviada desde Cuba y Venezuela, para exacerbar, resquebrajar y hacer trizas el sistema. Saben alimentar los disturbios. Son expertos en el caos y en instigar a la inconformidad.
El socialismo del siglo XXI necesita más recursos económicos para sus confabulaciones hemisféricas, su estilo de vida suntuoso y sus distorsiones de la verdad. Las sanciones golpean seriamente. La pérdida de Bolivia es un duro golpe para la narco-dictadura venezolana. Ya no podrán traficar tan fácilmente la cocaína desde esa nación.
Actualmente tienen a Chile, Bolivia y Colombia en ascuas, esperando cualquier mal desenlace. Se ha vuelto a escuchar en estos países lo que significa un toque de queda y de nada ha servido el ejemplo de la desgracia venezolana. No se creen que comenzamos con los mismos malos modos y que el siguiente paso son las promesas pantanosas e irrealizables. Según el itinerario, el próximo blanco es Brasil.
Parece una burla medida hacia los Estados Unidos. Una tentación para que despierte el monstruo y se haga cargo. Es provocar a la tolerancia de esta potencia, para que empiece a enervarse y evite que le sigan trastocando sus aposentos continentales. Posiblemente ahora Trump se tome un respiro ante tanta confrontación política interna y decida poner orden en Nicaragua, Cuba y Venezuela, como lo prometió a comienzos de este año.
José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571