El revanchismo tonto y la falta de madurez de los votantes latinoamericanos están ubicando al continente en una encrucijada que coloca en vilo su propia existencia. Es lo que se observa en las últimas elecciones realizadas en Bolivia, Argentina y las regionales en Colombia, así como las protestas violentas en los últimos meses en Ecuador, Perú, Chile y Argentina, reafirmando así el sentido de la frase utilizada frecuentemente por el ex primer ministro británico, Winston Churchill : “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”+.
La selección de un gobernante, sea de cualquier nivel, implica la convergencia de intereses espirituales, económicos y políticos. Lo advertía en el siglo XVIII, el escritor irlandés, Edmund Burke, “La humanidad es sabia; el individuo no lo es”. En una sociedad con revanchismo, frustración, complejos, impunidad ante el delito, es difícil que la escogencia sea sensata y justa; más cuando en la misma dirigencia existen estos factores negativos que en nada ayudan al saneamiento social; las leyes, el ejercicio del poder y de la autoridad, las instituciones y la misma visión utilitaria del hombre (no del ciudadano en su concepción fundamental), se convierten en simples instrumentos para arrinconar u ocultar sus complejos.
Eso ocurre en gran medida en Latinoamérica. El hombre asume la posición decisoria del voto como instrumento de agresión contra aquel dirigente o grupo que incumplió sus expectativas, incluso con causas justas por su accionar corrupto o negligente. Pero también es cierta, la falta de crítica reflexiva del mismo para determinar hasta qué punto él cumplió con su compromiso ciudadano.
En países con marcados grados de exclusión social, la amenaza de la aparición de mesías es más grave. Cualquier encantador de serpientes tiene mayores oportunidades para aglutinar simpatizantes entorno a su figura porque dice lo que las mayorías quieren oír. Su oferta electoral es inviable, y si lo es tiene efectos a corto o mediano plazo, con nefastas consecuencias futuras. Esos personajes manejan el lugar común como eje de sus discursos alusivos a obsoletas consignas de lucha – por ejemplo fuera el FMI, el imperialismo yanqui y el neoliberalismo-, y ofrecen dádivas para hundir a los pobres en su pobreza.
Ahora que se habla tanto de las medidas neoliberales de Sebastián Piñeira en Chile, o de Mauricio Macri en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil o Lenin Moreno en Ecuador, hay que recordar que antes de esos gobernantes estuvieron miembros del Foro de Sao Paulo, máximo representante del comunismo en Latinoamérica. Lula da Silva (por cierto apoyado por el Fondo Monetaria Internacional con US $30 mil millones) y Dilma Rosseft mandaron en Brasil entre 2003 y 2016; Rafael Correa gobernó de 2007 a 2017; Néstor y Cristina Kirchner entre 2003 y 2015; Michael Bachelet lo hizo en dos oportunidades 2006-2010 y 2014 y 2018. La pregunta es ¿si ya existían tantos desequilibrios sociales, porque estos líderes emancipadores no los resolvieron y al contrario desataron una ola de corrupción y endeudamiento sin parangón en la historia?
También es cierto que quienes acudieron a solucionar los graves problemas de estos gobiernos de izquierda no han manejado bien los tiempos y la comunicación social. Eso ocurrió –por ejemplo- con el gobierno del alcalde Enrique Peñaloza en Bogotá, a quien le tocó enmendar el capote de los tres gobiernos corruptos e ineficientes de izquierda que gobernaron la capital colombiana, más preocupados por la dádiva improductiva y politiquera hacia los necesitados que de generar una verdadera cultura ciudadana, responsable y productiva.
Esa ignorancia e impaciencia latinoamericana hace que los procesos no cierren sus círculos de aprendizaje; tampoco permite que las sociedades maduren y se formen ciudadanos responsables, tal como lo decía hace varios años, el SJ, Mikel de Viana, “cómo se va formar una sociedad responsable, cuando una Constitución Nacional que se vende como la mejor del mundo, posee un alto contenido de derechos y unos pocos deberes”. Ese instrumento jurídico impuesto por el chavismo, es el reflejo de un continente en donde su gente espera dádivas mayormente improductivas y no asume el deber de producir con responsabilidad, el de estudiar y ser verdaderos ciudadanos.
Sin embargo, a pesar de las fallas de la democracia existen gestos de evolución política expresados en la actitud de Macri –por ejemplo- de no cuestionar su derrota, reconocer sus errores e invitar a su contrincante ganador a desayunar al día siguiente. O el de Piñeira, a pesar de la presión social, de convocar a un encuentro nacional para evaluar las demandas colectivas y buscar respuestas acertadas. O la del ex presidente Álvaro Uribe de reconocer la derrota de sus candidatos y llamar al trabajo y superar las fallas. Al contrario, el presidente de Bolivia, Evo Morales, aferrado al poder violando toda normativa constitucional, se niega a revisar el cuestionado proceso electoral y denuncia –lo que siempre alegan los izquierdistas- un golpe de Estado de la derecha neoliberal. Dos caras de una moneda. Dos visiones distintas del poder.
La impunidad institucional ante el hecho delictivo es otro factor que incide en la salud de las naciones latinoamericanas. Hugo Chávez fue perdonado y las muertes que ocasionó quedaron sin castigo luego de su intento de golpe de Estado, contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Rafael Correa luego de sus diez años de gestión está investigado por corrupción y no compareció ante la justicia ecuatoriana; al igual que a la ahora vicepresidenta de Argentina. Cristina Kirchner, responsable de varios hechos de corrupción y homicidios. Ignacio Lula da Silva en Brasil está involucrado en uno de los complot más grande de corrupción del continente y, sin embargo, los brasileños lo tenía como favorito en la pasadas elecciones presidenciales de 2018, pero su encarcelamiento a tiempo impidió que ganara. Todos son miembros del Foro de Sao Paulo. Decía el diplomático venezolano, Diego Arria, que dejar impune los crímenes es letal para las sociedades porque se convierten en malos ejemplos.
Las interrogantes se ciernen en un continente con un futuro incierto, con instituciones débiles, votantes inmaduros e irresponsables más propensos a buscar la dádiva personal que el bienestar y el fortalecimiento institucional; impregnado de corrupción e impunidad, con gobernantes irresponsables y democracias en deuda con sus sociedades en donde aún prevalece la exclusión, la injusticia, los privilegios del poder, la corrupción, y sin visión para modelar el futuro de sus naciones; por eso los vaivenes de la política llevan a las sociedades a escoger a sus gobernantes entre un extremo y otro,, sin medir consecuencias, solo son víctimas de sus frustraciones y resentimientos.
Hugo Delgado
Periodista
@hdelgado10