Amos Smith: La usurpación de la memoria

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Cuando lo que predomina en el reino revolucionario es una ineficiencia nunca vista en la historia de la patria querida, siempre queda el recurso de rebautizar las cosas y desaparecer de un plumazo algunas inconveniencias históricas.

Así, al catire Páez, su responsabilidad en la disolución de la Gran Colombia, fue vengada con su expulsión de ese Olimpo devaluado, que es nuestro cono monetario. Qué decir del liberador del manicomio.

El mismísimo doctor Rafael Caldera, a quien le pagaron borrando su nombre de la autopista que sale de Lara, atraviesa su natal Yaracuy y llega hasta Morón y que ahora se llama Cimarrón Andresote, en homenaje a un zambo que contrabandeaba cacao y tabaco con Curazao y se alzó por allá, por 1730 contra la Real Compañía Guipuzcoana.

El enemigo imperial de aquel entonces. Seguramente al padre eterno de esta criatura, que se devoró de un solo bocado, nuestra cotidianidad, se despertó un día de la pesadilla, del infame trueque de los españoles rolo e vivos, cambiando por espejitos, el oro de nuestros ingenuos indigenas ( más de 500 años después no se nos quita lo de ingenuos). En una reivindicación a nuestra indiada nacional, con trato VIP, por esta gloriosa ingesta del siglo XXI, se rebautizaría al Cerro el Ávila como Waraira Repano.

Si mi memoria no me falla, en su singular faceta de angelical guardiana de Caracas, Érika Farías ya tenía el antecedente de haber insinuado el cambio del León, como símbolo de Caracas. El león es lo que más destaca en el primer escudo de armas de la capitanía de la provincia venezolana, concedida por el Rey Felipe II. Que lastima que tan novedosa iniciativa no pasó de la buena intención.

Porque tenía algunas sugerencias que me hubieran proporcionado el reconocimiento inédito de una caja de Clap semanal. Imagínense la redención de nuestra iguana criolla, como nuevo símbolo de la capital, deslastrada para siempre, de esa mala fama subversiva de comecables eléctricos.

También podemos poner un chigüire o una guacamaya en el escudo armado, pero pacífico, de esta maravillosa inquisición modernizada. El asunto es que algo se veía venir, cuando con tantos problemitas insignificantes en la capital, exsucursal del cielo, a lo largo de la Avenida Francisco Fajardo, decenas de obreros con verdadero afán, renuevan la isla central y causan largas colas para reforzar la sensación de una urbe, con un tráfico a la altura de las grandes capitales del mundo.

Ahora Érika es la alcaldesa de Caracas y el ángel vengador de la inolvidable afrenta de los espejitos por el oro de los malucos conquistadores y nuestra resistencia indígena que aguanta la pela de seguir viviendo abandonada a su suerte en la Guajira y en la expoliación Amazónica.

Todo está zanjado, vengado y reinvindicado. Una de las avenidas más importantes de Caracas, ya no tendrá el nombre usurpador de un asesino de indigenas. Te jodistes Francisco Fajardo. Ahora Guaicaipuro será asfalto y concreto patrio. Triquiñuelas de la desmemoria.