El concepto de tolerancia se deriva originalmente del verbo latín tolerare que significa soportar o aguantar. Según los intérpretes, debemos entender la tolerancia como un ejercicio un tanto doloroso, pues solo se pueden tolerar aquellas creencias o prácticas que realmente nos desagradan o que rechazamos por completo. Pero si la tolerancia implica aguantar situaciones incómodas o dolorosas, ¿por qué tenemos que ser tolerantes en primer lugar?
Después de dos guerras mundiales, conflictos nacionales y regionales, y mucho sufrimiento, gran parte de la humanidad entendió que existen principios, tales como los derechos humanos, que nos exigen aceptar que podemos pensar distinto y que debemos respetar diferentes razonamientos. Con la finalidad de poder coexistir en paz, se crearon estos principios, que hoy en día resguardan esa pluralidad y diversidad. Ahora bien, eso no significa que todas las opiniones sean tolerables aun cuando cada quien tenga la libertad de pensar como quiera, ¿o sí? Veamos.
Incluso en las sociedades democráticas en las cuales existen luchas constantes por mantener o incrementar la tolerancia, ocurrenconflictos que no se han logrado superar. Por ejemplo, hemos escuchado o leído declaraciones discriminatorias, racistas, xenófobas, misóginas, sexistas, antisemitas, o nacionalistas de partidos como UKIP en el Reino Unido, Agrupación Nacional en Francia, AfD en Alemania, Vox en España, o de líderes como Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos. Y es aquí donde surge el conflicto entre la democracia, la tolerancia y sus límites. Analicemos el caso del racismo.
Según el filósofo alemán Rainer Forst, el límite de la tolerancia nace allí donde se violan los derechos fundamentales de otro ser humano y cuando no se le considera igualmente dueño de todos los derechos. El racismo, explica, es en sí una fuente de intolerancia porque representa un comportamiento de rechazo hacia una población en específico por alguna característica física. Por tratarse de una práctica intolerante, esta no puede ser entendida o tolerada como cualquier otro tipo de diferencia, como por ejemplo la religiosa.
No es lo mismo rechazar alguna religión por motivos de fe o creencia, que rechazar a una persona por su origen étnico.Entonces, cuando se cuestionan los derechos fundamentales de algún grupo social, también se cuestionan los derechos democráticos en un sistema. De allí resulta la pregunta de si aquellos partidos o plataformas antidemocráticas, es decir, aquellas que cuestionan activamente la democracia para todos por igual, deberían tener un lugar en un sistema democrático.
A esa interrogante podemos responder con más tolerancia y esperar que ese tipo de partidos no se conviertan en una fuerza real, o, por el contrario, podemos plantearnos que en una democracia no deberían existir partidos que pongan en riesgo la existencia de esta misma. Pero el punto está en que quizás esos partidos o líderes no representen una amenaza directa al sistema en su totalidad, pero sí para aquellas personas víctimas de su discurso y sus ataques. En otras palabras, un partido racista puede que no logre acabar una democracia, pero sí puede, por ejemplo, generar miedo y odio hacia personas de cierto color de piel, negándole así el goce de todos sus derechos fundamentales. Es por ello que debemos trabajar hacia una sociedad que supere el racismo y no una sociedad que produzca racistas tolerantes.
En nuestro caso, hemos visto últimamente el surgimiento de “analistas”, líderes políticos y hasta alianzas con movimientos antiderechos que abiertamente se atreven a hacer propuestas discriminatorias. En las redes sociales se han planteado pensamientos extremadamente peligrosos y antidemocráticos, como, por ejemplo, la introducción del requerimiento de un título universitario para ser electo o la exclusión del padrón electoral de todos aquellos que reciban ayuda del Estado.
Siguiendo la argumentación de Forst, podemos concluir que ese tipo de plataformas no merecen nuestra tolerancia porque ponen en peligro el bienestar y la protección de los derechos de todoslos venezolanos. Debemos aprender a tolerar lo tolerable y rechazar lo intolerable. El clasismo, el racismo, la exclusión, la xenofobia, entre otras, son conductas que deben quedar atrás si se desea refundar la democracia en Venezuela.