Señor Secretario de Estado:
Esta carta la publico cuando abandono Washington DC. por tercera vez.
En marzo de 1988 – apenas tenía yo unos siete años- Elliot Abrams (al que conocí cuando tengo 38), entonces secretario de Estado adjunto para asuntos interamericanos de EEUU, le preguntó al enviado del presidente Felipe González, Juan Antonio Yáñez, si España estaría dispuesta a recibir a Manuel Noriega, el dictador panameño.
Era parte de un acuerdo que se adelantaba con Noriega. Acusado de narcotrafico iría a España.
Otro presidente de EEUU – el gran Ronald Regan- no buscaría apresarlo.
Noriega insistía en negociar una salida a la crisis, pero no estaba dispuesto a entregar su cabeza como condición. Usted tiene lleno su escritorio sobre propuestas de este tipo sobre Nicolas Maduro.
Todos querían un trato: EEUU y el dictador.
En un trato todo el mundo cede algo y gana algo.
Después de conversaciones difíciles, el punto fue llegando a una situación donde el régimen de transición no quedaría en manos de la “oposición democrática” sino del número dos de las Fuerzas de Defensa, el coronel Mareos Justine, y la Asamblea decidiría sobre el cargo de presidente de la República (que pasaría a ser una suerte de rostro del consenso).
Esa solución, que sería respaldada por Estados Unidos, evitaría crear un ambiente de desmoronamiento y desestabilización tras la caída del hombre dictador panameño.
Tanto Rómulo Escobar, jefe del Partido de Gobierno – una suerte de Diosdado venezolano – como el mayor Edgardo López de las Fuerzas Armadas – una suerte de Padrino López venezolano – admitían la posibilidad de negociar el cargo de Noriega en el marco de un diálogo nacional sin condiciones previas.
Tras reconocer que Panamá sufría “un estrangulamiento económico que afecta a todas las capas sociales”, el portavoz militar manifestaba que, como consecuencia, tal vez la oposición cedería la luz “para una negociación cuyo primer punto en la agenda no fuera la dimisión del general Manuel Antonio Noriega”.
Mientras el régimen del PRD propuso, por su parte, “resolver el problema entre panameños por medio de un diálogo sin condiciones de ninguna clase”. La oposición, sin embargo, mantenía la salida de Noriega como premisa imprescindible de cualquier proceso negociador.
Los dirigentes de la oposición contaban con la caída inevitable de Noriega cuando el descontento popular aumentara como resultado de la falta de recursos económicos en el país.
Creo que toda esta historia le es familiar.
El Gobierno estudiaba, en concertación con los dirigentes de los sindicatos, medidas para afrontar la imposibilidad de pagar los salarios, pero no se vislumbraban vías de obtener dinero hasta que Estados Unidos no levantara las sanciones de los fondos panameños.
No voy a seguir la historia. El cuento se explica solo.
Es Venezuela, pero con algunas diferencias.
Venezuela no tiene hoy ejército para combatir ni defender nada. Usted mejor que yo sabe que si los 52 millones de dólares para shopping y cruising politico que se acaban de entregar a la oposición tradicional se le hubiera entregado a cualquier ejercito privado como Blackwater, con 5.000 soldados, ya no hubiese régimen en Venezuela.
Pero alguien en Washington prefiere sancionar que invadir a pesar de los vergonzosos ruegos de la oposición tradicional. A mí, honestamente, no me gustan ninguna de las dos opciones. Pero entiendo que a la gente hay que apretarla para negociar.
Entonces prefiero las sanciones individuales a jerarcas del régimen.
Maduro debe dársele la posibilidad de tener un interlocutor. A partir de ahí el futuro depende solamente de él. Recientemente Maduro – que nadie duda es un mentiroso compulsivo – envío un mensaje a Washington proponiendo su interlocutor. Hasta ahora eso ha quedado en un limbo.
A Maduro hay que darle la posibilidad de negociar su rendición. En enero de 1988, Ronald Regan y el Departamento de Estado le dieron la posibilidad al general Manuel Noriega de negociar con Estados Unidos su retirada de la posición de poder que ocupaba a cambio de algunás contrapartidas,
El enviado era el cónsul general de Panamá en Nueva York, José Isabel Blandón, amigo personal de Noriega. Vuelvo a repetirlo a ver si logra estimado señor Pompeo interpretar la clave qué hay en esta carta : “ amigo personal del dictador”.
Blandon fue enviado a Estados Unidos con la misión de negociar con las autoridades norteamericanas un plan de normalización en Panamá que incluía el relevo del general Noriega. Ese plan, según Blandón, estaba respaldado por el propio Noriega.
Cuando Blando regresó a Panamá, la prensa filtró las conversaciones – una cosa que no cambia hoy día en la Casa Blanca y el Departamento de Estado – y el círculo de Noriega le dijo: “ No haga eso. Usted es el pueblo”. Blandón terminó siendo determinante en la acusación contra Noriega y el resto de la historia usted la conoce.
Si Maduro va a terminar como Noriega, entonces que la historia se escriba diciendo que EEUU le dio la oportunidad de tener un representante y darle una salida.
Cómo usted sabe al igual que en la Panamá de los 80 la oposición no es más que un chiste que se explica solo.
Para la transición se necesitan dos negociaciones personales, y con presión: Diosdado Cabello y Nicolas Maduro.
Todo ello abrirá la puerta a una transición pacífica con condiciones. Todo lo demás es un show para Twitter e Instagram. Para que Trump siga tomándose fotos con la oposición tradicional, como me dijo alguien refiriéndose a otro tema: “tendrían que merecerlo”
Buena suerte, señor Pompeo.
Prensa Prociudadanos