“El valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que la componen: y… un Estado que empequeñece a sus hombres para que sean instrumentos más dóciles en sus manos, aun si fuese para fines benéficos, descubrirá que con hombres pequeños no se puede lograr nada verdaderamente grande…”
(John Stuart Mill)
En los 20 años de chavismo desenfrenado, Venezuela se convirtió en el centro referencial del narcoterrorismo y la corrupción del mundo occidental, para no exagerar y pretender ser el más importante del mundo en esta materia. Si Hugo Chávez no hubiese sido “Inoculado con cáncer por el imperio norteamericano” (según el argumento de los próceres del socialismo del siglo XXI), hubiera reivindicado al político comunista más corrupto de Latinoamérica: el encarcelado y añorado por las masas brasileñas, el ex presidente, Ignacio Lula da Silva.
Como escribió el filósofo empirista y economista inglés, John Stuart Mill (1806-1873), las comunidades humanas son eternamente susceptibles de caer en la ignorancia y el error, circunstancias que a menudo se endurecían y profundizaban por la autoridad de los pocos y la conformidad de los muchos. Y esa apreciación extrapolada al siglo XXI muestra una vigencia que parece un guión escrito en pleno 2019 para desnudar la realidad reflejada en gran parte de Latinoamérica. Venezuela, Brasil, Cuba, Argentina, Nicaragua, Bolivia, Colombia, Ecuador, Honduras, México, El Salvador, Guatemala, Ecuador, entre otras, viven o han vivido experiencias que sustentan lo expresado por el pensador británico.
Dos décadas de complicidad silente de gran parte de las democracias occidentales, permitieron que los petrodólares venezolanos permearan en gran parte de Latinoamerica, Europa, Asía y África. Se supone que los buenos comerciantes gringos y los gobiernos de George Bush hijo, Bill Clinton, Barack Obama y Donald Trump, sabían el destino del dinero que pagaban por la compra de crudos. Esos dólares fortalecieron gobiernos como el de los Castro en Cuba, los Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.
Esos petrodólares también desestabilizaron gobiernos como el de Iván Duque en Colombia y fortalecieron a grupos narcoterroristas como el Ejército de Liberación Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia (Farc); facilitaron las injerencias en procesos electorales en Argentina, Perú Bolivia, Ecuador, Nicaragua, México, etc. Lo peor fue el silencio de las mayorías ante una realidad inocultable, que a la larga trajo las consecuencias que ahora sí son consideradas como una amenaza para la seguridad del continente.
Sin embargo, conocido el peligro que representa Venezuela por sus vínculos con el narcotráfico, el terrorismo, la injerencia política y la corrupción, la diplomacia latinoamericana, europea y de Estados Unidos, sigue en el letargo burocrático y del blablabla, esperando que los viejos dictadores cubanos, o los autoritarios gobiernos de China y Rusia, presionen al ilegítimo mandatario Nicolás Maduro para que explore salidas democráticas, para que acepte una salida dialogada. Mientras una sociedad desesperada y agobiada por la inestabilidad política, la hiperinflación, la inseguridad, el atropello constante de un aparato represor estatal, busca en la diáspora la alternativa para buscar un mejor futuro, convirtiéndose en un problema mayor para Colombia, Estados Unidos, Panamá, Ecuador, Perú, Chile, Brasil y Argentina, principalmente.
Mientras, Estados Unidos aplica la presión diplomática y económica, confiando en una solución dialogada y sin uso de la fuerza; sin embargo, los vínculos entre jerarcas del chavismo con grupos terroristas y narcotraficantes, colocan en una situación delicada al gobierno de Trump porque ya hay información relacionada con la presencia de miembros del Estado Islámico y otros extremistas árabes con intenciones de ingresar a Estados Unidos. De ocurrir algún atentado, para el actual mandatario será difícil lograr su reelección, igualmente, si no soluciona el problema Venezuela, será cuesta arriba ganarse la importante masa de hispano votantes.
El dilema ahora es hasta cuándo aguantará un pueblo agobiado por una crisis múltiple, mientras se buscan salidas pacificas. Qué ocurrirá con la burocrática diplomacia latinoamericana en el manejo del éxodo de venezolanos y su impacto en los países receptores. El desgaste en el tiempo del presidente encargado, Juan Guaidó, lo afectará? Y la polémica interrogante, qué sucederá con los diversos grupos opositores que aún muestran fisuras en el momento de lograr el consenso para ponerle fin a la usurpación. Del otro lado, es difícil para el gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro ceder sino se les garantiza impunidad, un punto polémico que impide alcanzar algún acuerdo.
Hugo Delgado, periodista